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Problemas en el corazón de la Madre Tierra

Problemas en el corazón de la Madre Tierra

En algunas avenidas de Cochabamba, aún se leen letreros que la declaran “Corazón de la Madre Tierra”. Quedaron de 2009, cuando se realizó la primera Cumbre Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra justamente en Tiquipaya. En esos días, gente de un ministerio había puesto mallas de media sombra frente a decenas de aserraderos que funcionan en ese municipio, para que las visitas no los vieran. En 2015 tuvo lugar una segunda Cumbre Mundial de los Pueblos, que tal como la primera concluyó en una larga perorata sobre proteger y respetar a la tan manoseada Madre Tierra. Claro que ninguna de esas buenas intenciones pasó de la letra y del bailecito final de los presidentes de Bolivia, Ecuador y Venezuela en el Coliseo de Quillacollo. Porque la cruda realidad es que América latina sigue siendo el botín a saquear por parte de empresas y naciones que no paran de enriquecerse a costa de la depredación de la naturaleza.

Por algún motivo que desconocemos, el Gobierno nacional eligió a Tiquipaya como sede recurrente de sus encuentros internacionales donde se pretende defender la salud del planeta. Es extraño, porque Tiquipaya está lejos de ser un municipio modelo en su respeto al medio ambiente. Lo que sí, Tiquipaya condensa todas las contradicciones del gobierno de Evo Morales en materia de defensa de la Madre Tierra y del territorio boliviano en particular.

No vamos a repetir datos ni números que demuestren la causa del desastre que todavía sufre la población de Tiquipaya. Porque se necesita más que malicia para negar lo que cada día se ve en Cochabamba: el Tunari despellejado para dar cabida a nuevos condominios, loteadores que hacen su agosto con la anuencia de autoridades públicas, urbanizaciones construidas encima de terrenos con vocación agroproductiva, además de los recurrentes incendios que matan al parque y benefician a los actores mencionados.

No vamos a mostrar un gráfico como los tantos que están circulando por internet, demostrando con toda lógica que si talas los árboles en la ladera de una montaña, más te vale ubicarte en una parte alta cuando venga la época de lluvias, porque esa agua que antes bebían los árboles por la raíces ahora va a amasar una ola mortal de piedras y barro.

De nada sirve en este momento levantar el dedo y decir: “Se lo advertimos”. Indudablemente, es tiempo de arremangarse y ayudar a mover esas inmensas piedras que bajaron como si tuvieran ruedas, hace falta quitar el barro de las casas y reconstruirlas, hay que llevar donaciones a los diversos puntos cuyas direcciones también figuran en las redes sociales de la Plataforma Boliviana Frente al Cambio Climático.

Tiquipaya tiene que marcar un antes y un después

La trampa mortal que arrasó a Tiquipaya no puede volver a activarse. La mazamorra que se llevó la vida de tres personas, según datos oficiales, no puede volver a vertirse sobre familias, casas levantadas con el esfuerzo de toda la vida. Tenemos que hablar de árboles: de dónde los plantamos y dónde volvemos a reforestar. Porque este desastre no es deseo de la divinidad, ni fruto del azar, ni de un fenómeno climático natural. Esto es culpa de las actividades humanas, de la desidia de las autoridades elegidas por el pueblo, que son incapaces de decir que no a quienes vienen a ofrecer unos billetes a cambio de mandar a vivir a gente adonde tarde o temprano puede convertirse en una tumba colectiva.

Ahora la población se salvará a sí misma una vez más, con la colaboración de la Alcaldía y la Gobernación. Los vecinos harán vaca para comprar el diesel que ponga a andar a las máquinas que levanten las enormes piedras que cubren las calles más allá del cruce Taquiña. Pero no podemos tranquilizarnos cuando pase la lluvia y olvidarnos de todo esto hasta al año, cuando otra vez tengamos que escarbar para recuperar los cuerpos de nuestros seres queridos.

El pueblo boliviano no es una variable económica que puede ser borrada si el negocio es lo suficientemente grande. La supervivencia de la población de Bolivia debe ser prioritaria, frente a la avidez de cualquier empresario por destruir y llevarse una parte de nuestro país.

Los impactos del Cambio Climático ya los estamos viviendo y no hay vuelta atrás. En 2017 hemos tenido la temperatura más alta en 50 años en Cochabamba, además de 3 años de sequía continuos, lluvias intensas, granizadas, heladas, fenómenos climatológicos fuera de tiempo, hacen a grandes desastres que cobran vidas y esperanzas de la gente.

Resultado de esta lógica de desarrollo, tenemos un país débil, sin capacidades para prevenir ni atender desastres como los que estamos viviendo hoy día y que serán recurrentes en los próximos años. Quisiéramos equivocarnos, pero así dicen las previsiones que en los últimos años se cumplen con riego científico. Así como 2+2=4, si cortamos árboles de una ladera no podemos esperar que mágicamente algún escudo nos defienda de las calamidades que tradicionalmente es neutralizada por árboles y demás cobertura boscosa. Debemos revalorizar y situar en su justa dimensión el trabajo de los árboles para defendernos a nosotros, que somos también parte de la vida afectada por este desastre tan grande que enluta a Tiquipaya.

Por ello, estamos convencidos de que:

  1. 1Tenemos que cambiar nuestra manera de vivir hacia un modelo sustentable, como siempre hemos hecho como humanidad antes de la invención del perjudicial Capitalismo.
  2. Tenemos que exigir que los discursos del Gobierno a nivel internacional sobre los derechos de la Madre Tierra y el Vivir Bien se cumplan primero en Bolivia, porque el ejemplo debe partir desde la casa.
  3. Se requiere un compromiso público del Gobierno para proteger a la población de la depredación de todos los territorios del país, ya sean urbanos, rurales o selváticos. Para lograrlo, el Gobierno nacional debe reconocer que las políticas públicas favorables a las industrias extractivas y de depredación de los recursos naturales de Bolivia que actualmente motoriza están erradas.
  4. Es necesario un cambio de visión de modelo de desarrollo, para pasar de este capitalismo disfrazado hacia un modelo que realmente respete la vida y permita la reproducción de la humanidad en armonía con la naturaleza.
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