Agroindustria de base transgénica, una causa, muchos males
Por: Marcos Nordgren*
Mucho se ha hablado acerca de los alimentos transgénicos y gran parte del debate se suele centrar en su toxicidad y sus efectos sobre la salud humana. La disputa normalmente se ha enfocado en uno de los componentes del paquete tecnológico de la soya transgénica, la especie genéticamente modificada más ampliamente cultivada en el planeta[1], específicamente el glifosato.
Este herbicida de amplio espectro en sus diferentes formulaciones, permite el cultivo de soya (y otros cultivos GM) en grandes extensiones reduciendo significativamente el problema de malezas y las pérdidas de productividad asociada.
La semilla de soya transgénica tiene, convenientemente una genética artificialmente introducida que la hace resistente a dicho herbicida, permitiendo el uso de este químico que reduce los costos de deshierbar y disminuye las perdidas en la productividad por estas causas.
Sin embargo en 2015, la propia Agencia Internacional para el Estudio del Cáncer (IRAC) perteneciente a la Organización Mundial de la Salud, determinó a través de rigurosos estudios una relación entre este herbicida, el más comúnmente empleado en el mundo, y el linfoma non Hodgkin o cáncer linfático.
Esto desencadenó un terremoto en los mercados de valor respecto de las principales empresas productoras tanto de la semilla transgénica como de este herbicida, desembocando en millonarias indemnizaciones otorgadas a usuarios de este herbicida por parte de juzgados de California y el inicio de decenas de miles de juicios contra Monsanto-Bayer y Cargil, dos de las principales corporaciones dedicadas a la fabricación y comercialización de dichos paquetes tecnológicos.
Incluso regiones prácticamente enteras, como Europa han prohibido el cultivo de estas semillas en sus campos y algunos países han apuntado específicamente a la prohibición del glifosato, efectivamente inviabilizando el uso de semillas transgénicas que incluyen este componente.
Si bien esa discusión es indiscutiblemente importante e incluye argumentos y evidencias claras que demuestran algunos de los peligros y riesgos de las versiones comerciales de esta tecnología, esta dimensión del debate no refleja sus consecuencias más dañinas y complejas.
Los cultivos transgénicos están en realidad asociados más ampliamente a un modelo productivo agroindustrial extractivista y forman parte de los cálculos y priorizaciones que normalmente se reducen a mejorar las ganancias de los grandes actores de la agroindustria y su rentabilidad de corto plazo.
El análisis de los daños, riesgos y consecuencias asociados a sus formas y tecnologías productivas no forman parte del modelo de negocio agroindustrial y tampoco de los gobiernos que lo incentivan, irónicamente incluyendo al pasado gobierno supuestamente campesino indígena boliviano».
Sudamérica es la región del planeta donde los cultivos transgénicos han ingresado más agresivamente en la última década y se proyecta que en pocos años se convertirá en el mayor productor de estos cultivos, superando incluso a Estados Unidos e India.
La propia FAO identifica a Argentina, Brasil, Paraguay y Bolivia como las principales áreas de expansión de cultivos transgénicos en el mundo según el reporte “Perspectivas Agrícolas 2017-2026” y resalta la enorme dependencia de semillas transgénicas de estos países, especialmente en soya y maíz.